lunes, 15 de octubre de 2012

Por qué hay tantas iglesias cristianas?
















¿Y por qué hay tantas iglesias cristianas, algunas tan distintas de otras? Antes de responder, déjenme contarles una parábola, que le escuché a mi pastor.
Un grupo de ciegos fue llevado a conocer a un elefante, pues sentían enormes deseos de saber qué cosa era. Su guía, un viejo profesor que también había perdido casi la vista, los colocó alrededor del manso paquidermo. Con paciencia, cada uno de los invidentes tocó una parte del cuerpo del enorme mamífero. La trompa, los colmillos, las orejas, las patas, el estómago, la cola, la piel rugosa y gruesa.
Ya de regreso, el viejo profesor comenzó a preguntarles su experiencia.
–Descríbanme, por favor, qué cosa es un elefante –les pidió.
–Un elefante –se apresuró el más adelantado de la clase– es una cosa larga y serpentosa, con un par de orificios al final, que resoplan con gran fuerza.
–Estás loco –le arrebató la palabra otro ciego. Un elefante es como una columna. Grueso, pero no frío. Duro, pero al mismo tiempo con vida. No alcanzas a abarcarlo si lo abrazas.
–Jajajaja –soltaron la carcajada un par de ellos, acostumbrados a sentarse, juntos, hasta el fondo del salón, y uno les respondió: De veras que ustedes desvarían. El elefante si es algo duro, como marfil, pero no es grueso, sino delgado y puntiagudo hacia el frente, como un largo cuerno de…
–¡Necios!, aparte de ciegos están ustedes locos –interrumpió el más joven. ¿Que acaso no lo toqué yo con mis propias manos? El elefante no es otra cosa que una tira corrugada de piel delgadita y entrelazada, que se mueve oscilatoriamente.
Y así, cada uno intentaba imponer su verdad a los demás, levantando cada vez más la voz y tratando de encontrar argumentos para descalificar la verdad del otro. El viejo profesor intentaba inútilmente de que el grupo volviera a la calma.
La pregunta es: ¿cuál de todos los ciegos estaba diciendo la verdad? ¿Alguno de ellos mentía? ¿Era el elefante, en realidad, lo que ellos decían? ¿Quién tenía la razón?
Esta narración viene a cuento porque ilustra a la perfección por qué hay tantas doctrinas diferentes y hasta en cierta manera contradictorias, que reflejan la manera en que los grandes teólogos y las iglesias postulan sus doctrinas.
La Biblia, que es nuestra única regla de fe, afirma en la primera carta del apóstol Pablo a los Corintios (13:12) que “ahora vemos por espejo, en obscuridad; mas entonces veremos cara a cara: ahora conozco en parte; mas entonces conoceré como soy conocido”.
Querer conocer a Dios, que de eso se trata la teología, es un propósito inaudito y soberbio de parte del hombre. Nuestra pequeñez, en comparación con lo grande y sublime de Dios, no puede concebir su esencia, lo que Él es, sino sólo a través de lo que Él ha querido revelarnos en las Sagradas Escrituras.
Veo, escucho y leo a grandes teólogos, y a sus miles de seguidores, exponer sus postulados o la intepretación de las doctrinas contenidas en la Biblia y se me figura como a ese grupo de invidentes.
Ciegos espirituales vociferando verdades inamovibles sobre la predestinación o el libre albedrío; postulados eternos sobre la trinidad o sobre un solo Dios; sentencias que no dejan lugar a dudas sobre la divinidad o la humanidad de Jesús el Cristo… y así, lo mismo sobre el infierno, el bautismo, la santa cena, el milenio, la gran tribulación, la santidad y un largo e interminable etcétera…
Se creen y hasta se dicen Dueños de la verdad absoluta, de la revelación y la unción divina, pregoneros de la Iglesia Verdadera y Única.
Y oigo, veo o leo con tristeza a todos esos ciegos gritando sus verdades a los cuatro vientos, al mismo tiempo que maldicen y mandan al infierno a todos aquellos que no piensan como ellos.
Y me remito a la anécdota del principio. ¿Tenía oportunidad alguno de los ciegos de entender qué cosa era un elefante? Incluso teniéndola, ¿les iban a creer los demás?
Ahora bien, trasladándolo a nuestro conocimiento de Dios, guardando las proporciones, ¿alguno de nosotros, miserables mortales, podrá siquiera entender un poquito de la inmensidad, la magnitud y el poder del Altísimo? ¿No estamos, como esos pobres ciegos, gritando verdades a medias basadas en conocimientos parciales y experiencias limitadas?
¿Alguno de los grandes teólogos –incluido san Pablo y… aquí ponga el nombre de su más preciado apóstol, profeta, líder religioso, pastor u obispo, reformador, a quien usted más admire– pudo haber abarcado algo más que una pequeñísima parte del conocimiento de lo que realmente es Dios? Y aun teniéndola, ¿le creerían los demás?
Llego a la conclusión de que todos los ciegos tenían razón (una parte de la razón), pero ninguno tenía razón (es decir, no toda la razón).
Viendo ahora la realidad espiritual, “como por espejo”, a cada uno de nosotros, ciegos de nacimiento, se nos ha revelado solamente una parte de la verdad espiritual, y sobre ese conocimiento habremos de dar cuenta.
¡Ah! ¿Ya ven? –atajaran algunos necios– ¿ya ven cómo todos los caminos conducen hacia Dios y todas las religiones llevan a lo mismo? Todos tenemos una parte de la verdad, razonarán.
No te equivoques, hermano, amigo. La Biblia expone claramente que aunque todos los caminos parecen buenos al hombre, sólo hay uno que conduce a la vida eterna, y se llama Jesucristo.
Con esta reflexión no estoy justificando las falsas enseñanzas de los lobos rapaces que desvían a las ovejas hacia enseñanzas extrañas, antibíblicas; doctrinas de hombres y de demonios que nos alejan de la Verdad.
No. No me refiero a quienes, retomando la anécdota, son llevados a conocer no al elefante, sino a víboras, alacranes y tepocatas. Ciegos, guías de ciegos, que juntos caminan al abismo.
Me refiero a las congregaciones donde únicamente se predica la Palabra de Dios.
Pero, ¡ah, mi hermano!, precisamente como la Iglesia en Laodicea del Apocalipsis, los actuales predicadores y sus fans se sienten poseedores de la verdad, y dicen para sí mismos: “Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa”, pero la Santa Palabra les contesta: “y no conoces que tú eres un cuitado y miserable y pobre y ciego y desnudo”.
En ese mismo mensaje está el remedio: el colirio que puede aclararte la vista es la Palabra de Dios, para saber que a tu hermano le ha sido dada, también, una parte de la infinita revelación de Dios.
Porque cada uno de nosotros habremos de comparecer un día ante el Tribunal de Cristo. Y quizás entonces, sólo entonces, después de conocer en todo su esplendor al Rey del Universo “cara a cara”, “tal y como Él es”, nos arrepentiremos de haberles dicho herejes y haber maldecido a quienes no pensaban como nosotros… aunque como nosotros habían sido redimidos por la sangre del Cordero.

 Abner Chávez Ocampo
Fuente:http://lavozdelamado.wordpress.com/2012/10/15/por-que-hay-tantas-iglesias-cristianas/


1 Timoteo 6

3. Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad,
4. está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas,
5. disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales.