martes, 12 de julio de 2011

El Progreso del Peregrino (película completa)

Juan 3

1. Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos.
2. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.
3. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.
4. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?
5. Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
6. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.
7. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo.


El Progreso del Peregrino
Juan Bunyan


Juan Bunyan, autor de El Progreso del Peregrino, nació el 30 de noviembre de
1628, en Elstow, Inglaterra. Era de oficio hojalatero. Por dos años sirvió de militar,
durante la guerra civil de aquella época. Fue hombre tan blasfemo que en cierta
ocasión una mujer de vida liviana protestaba que le hacía temblar al oírle, y que el
era el más impío en eso de blasfemar que en su vida había visto, y que su conducta
en este punto era lo suficiente para pervertir la juventud de toda la villa.
Pero un domingo, según el cuenta le pareció que oía una voz en su alma que le
decía: "¿Quieres dejar tus pecados e ir al cielo o te quedas con tus pecados y te vas
al infierno?" La impresión que le causó esta voz, como del cielo, fue profundizada al
oír la conversación de unas mujeres piadosas que sentadas en una puerta
platicaban de la salvación y la gracia de Dios.
Bunyan se acercó para escuchar. Pronto se dio cuenta de que la conversación
estaba muy por encima de su capacidad, y tuvo que oír sin tomar parte en ella. Las
señoras se movían en un mundo que era, para él, muy desconocido; hablaban de
nuevo nacimiento de lo alto; contaban de cómo Dios había visitado sus almas con
su amor en Cristo Jesús; y recordaban palabras y promesas que les habían
animado y fortalecido. Hablaban, dicen Bunyan, como si la alegría misma les
obligara a hablar, y con un lenguaje bíblico tan placentero y con tal apariencia de
gracia en todo lo que decían, que parecía que habían descubierto un nuevo mundo
para el cual el se sentía del todo incapacitado. Estaba humillado.